Un ejemplo que la rubia de oro no era para nada tonta, por el contrario era una persona con un gran valor y mucho don de gente.
Florinda Pindueles era una soñadora. Nacida y criada en el central azucarero Andreíta, a dos kilómetros de mi Cruces natal. Sus piernas largas, y una predispocición genética por el baile, le habían metido en la cabeza hacerse un nombre en el templo de las patadas al aire, el teatro del Rockefeller Center. A sus veinte años, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, se tiñó el pelo de rubio platinado, se cambió el nombre por Linda Dulles y dejó Cuba partiendo a Nueva York, obsesionada con convertirse en una Rockette del Radio City Music Hall.
Lo intentó una y otra vez. Se gastó todo el dinero que llevaba en tinte de cabello y clases de baile. Tuvo que trabajar limpiando pisos para poder comer. Tras cinco años de intentos se dio por vencida. Buscó un clima menos frío. Terminó aprendiendo taquigrafía y mecanografía en Los Angeles. Su belleza y…
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